Sub Terra
"En la plazoleta se desarrolló entonces, una escena digna de los condenados del infierno. En la lobreguez de la sombra agitándose las luces de las lámparas, moviéndose en todas direcciones y terribles juramentos y atroces blasfemias resonaron en las tinieblas, yendo a despertar a lo largo de los muros los ecos tristemente lúgubres de la roca tan insensible como el feroz egoísmo humano ante aquella inmensa desolación" (El grisú).
"Cuántas veces en esos instantes de recogimiento, habría pensado, sin acertar a explicármelo, en el por qué de aquellas odiosas desigualdades humanas que condenaban a los pobres, al mayor número, a sudar sangre para mantener el fausto de la inútil existencia de unos pocos. ¡Y si tan sólo pudiera vivir sin aquella perpetua zozobra por la suerte de los seres queridos, cuyas vidas eran el precio, tantas veces pagado, del pan de cada día! (El chiflón del diablo).
"La criatura medio muerta de terror lanzaba gritos penetrantes de pavorosa angustia, y hubo que emplear la violencia para arrancarla de entre las piernas del padre, a las que se había asido con todas sus fuerzas. Sus ruegos y clamores llenaban la galería, sin que la tierna víctima, más desdichada que el bíblico Isaac, oyese una voz amiga que detuviera el brazo paternal armado contra su propia carne, por el crimen y la iniquidad de los hombres.
Sus voces llamando al viejo que se alejaba tenían acentos desgarradores, tan hondos y vibrantes, que el infeliz padre sintió flaquear su resolución. Mas aquel desfallecimiento duró sólo un instante, y tapándose los oídos para no escuchar aquellos gritos que le atenaceaban las entrañas, apresuró la marcha apartándose de aquel sitio. Antes de abandonar la galería, se detuvo un instante, y escuchó: una vocecilla tenue como un soplo clamaba allá muy lejos, debilitada por la distancia:- ¡Madre! ¡Madre! ("La compuerta número 12")
"Pablo se aferró instintivamente a las piernas de su padre. Zumbábanle los oídos y el pios que huía debajo de sus pies le producía una extraña sensación de angustia. Creíase precipitado en aquel agujero cuya negra abertura había entrevisto al penetrar en la jaula, y sus grandes ojos miraban con espanto las lóbregas paredes del pozo en el que se hundían con vertiginosa rapidez. En aquel silencio descenso sin trepidación ni más ruido que el del agua goteando sobre la techumbre de hierro las luces de las lámparas parecían prontas a extinguirse y a sus débiles destellos se delineaban vagamente en la penumbra las hendiduras y partes salientes de la roca: una serie interminable de negras sombras que volaban como saetas hacia lo alto. (La compuerta Nª12).
(Baldomero Lillo)
23 julio 2006
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