09 diciembre 2006
Los Sonetos de la Muerte
I
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre
para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada
y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano
de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo
que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida
llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura, para las hondas huesas
tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura; sabrás que en nuestra alianza
signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros,
dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...
Y yo dije al Señor: ?«Por las sendas mortales le llevan.
¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes
en el largo sueño que sabes dar! »
¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor».
Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Qué no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
(Gabriela Mistral)
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